Con apenas 17 años, Arturo Hernández Blanco vivió una experiencia de contacto con supuestos seres extraterrestres. Fue la mañana del 12 de enero de 1976, cuando iba en bicicleta camino de la escuela, en las inmediaciones del Ejido Vega Larga, municipio de San Pedro de las Colonias, en el estado mexicano de Coahuila. Arturo iba acompañado de un amigo cuando se le salió la cadena de su bicicleta. Estaban arreglando su medio de transporte cuando su compañero, a través del rabillo del ojo, observó una luz que deslumbraba mucho. En ese instante, vieron cómo por encima de unas colinas cercanas, se acercaba, en trayectoria de descenso, un objeto con una luminosidad muy intensa. El compañero de Arturo se asustó y decidió huir del lugar; sin embargo, a Arturo aquella situación le provocó risa y se quedó a observar. Él creía, según afirmó más tarde, que se trataba de algún aerolito, de un fenómeno natural perfectamente explicable. En contra de lo que él opinaba, aquella luz se fue acercando hasta quedar estática en el cielo. Entonces, Arturo observó cómo el objeto abría una especie de compuerta y de ahí surgía una escalerilla de la que descendieron dos seres humanoides. Según el testigo, él podía percibir sus voces pero no a través del oído, sino en el interior de su cabeza. Estos seres le pidieron que se acercara a ellos y que no tuviera miedo, pues era uno de sus elegidos. Arturo, en vez de obedecer a la petición de aquellos seres, montó en su bicicleta y salió corriendo a toda velocidad hacia la escuela. Arturo llegó en tal situación a la escuela, que sus maestros avisaron a sus padres y ellos le llevaron hasta el Hospital del Seguro para los Campesinos, en Torreón, Coahuila. En su relato a los doctores que le atendieron, Arturo les habló de seres de tres metros de altura, con traje ajustado y escafandra transparente. El investigador del fenómeno ovni en Torreón, el tristemente fallecido Santiago García, visitó a Arturo en el hospital y escribió su relato en la revista mexicana Contactos Extraterrestres. El joven le habló de un platillo volador gigantesco, que hacía ruido como una licuadora, en sus propias palabras. Además, le aseguró que los seres, de manera telepática, le hicieron saber que le habían otorgado unos poderes pero que no debía usarlos "a tontas y a locas". A pesar de que la historia de Arturo se publicó en Contactos Extraterrestres, pronto cayó en el olvido y solo los más cercanos a Arturo Hernández supieron de los padecimientos del joven, que estuvo en varias ocasiones ingresado en el hospital, después de su encuentro. Aunque vive a las puertas del desierto, en una zona poco accesible del estado mexicano de Coahuila, son cientos los que llegan desde todos los continentes para visitar al que apodan "El Chivero de las Manos Divinas". Decenas de personas esperan cada día, a la puerta de su casa, a que Arturo experimente con ellos el poder que, al parecer, le dejaron aquellos seres: la sanación. Son muchos los que defienden haber experimentado curaciones extraordinarias gracias a las manos de Arturo Hernández.